Llevar un blog, a la hora de la verdad, no sirve de mucho. Es más: los blogs nacen del narcisismo de un tipo ocioso al que le gusta perder el tiempo escribiendo notas, apuntes, reflexiones… Y ahí queda la cosa. Si no lo aquejan delirios de grandeza, al bloguero nunca se le pasará por la cabeza que sus posts vayan a «cambiar el rumbo de la Historia» o se conviertan en un «contrapeso del poder y el sistema». No: el bloguero sólo escibre sobre algo o alguien. Otra cosa es lo que sus lectores hagan con eso.
—Entonces, dice que va a abrir un blog.
—Sí, imagínese...
—Y para qué. Eso no va a cambiar nada.
—Puede ser. Pero es que quiero decir un par de cosas. Y compartirlas, claro.
—Y sobre qué piensa escribir.
—Sobre todo lo que se me ocurra: literatura, cine, política, fútbol, diseño de modas, actualidad… Hasta le dedicaré unas cuantas líneas a gente que no tiene remedio, como Fidel Castro o el Papa.
El bloguero es, más bien, como el que lanza una botella al mar con un mensaje dentro: no sabe a ciencia cierta si será leído por otros, o si llegará a otra playa u otro puerto. Simplemente la lanza.
—¿Ambidiextro se escribe con X o con S?
—De las dos formas. Lo importante es que uno aprenda a usar las dos manos.
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