26 de febrero de 2013

Chorizos, chanchullos, rapiña





—Que la trama Gürtel. Que el caso Bárcenas o el caso Urdangarín. Que los seguimientos ilegales de Método 3... ¡Vamos, que ya somos líderes absolutos en corrupción mundial!
   —No exagere, hombre, que todavía falta pelo pa' moño.
    —¿Y por qué está tan seguro?
   —Porque tengo una razón de peso: vengo de Colombia, que hasta hace pocos años ocupaba con orgullo los primeros puestos de la rapiña internacional. No había ningún otro país capaz de ponerse a su altura. Cuando uno decía la palabra «Colombia», era como si dijera «corrupción». La RAE estuvo a punto de oficializar el sinónimo en el diccionario.
   —Pues lo mismo que ahora en España.
   —No, no. Usted no entiende. ¡Ya quisiera Colombia tener la corrupción que hay en España!
   —Va a tener que explicármelo...
   —Vea, en Colombia la corrupción es la actitud nacional por excelencia, como la puntualidad de los suizos o la alegría de los dominicanos. Es una manera de ser, un sentimiento que se ha interiorizado, a fuerza de chanchullos, durante más de 200 años. Allá se lo roban todo: el dinero, las tierras, los recursos, el agua, el aire, el sol...  ¡Todo! En España, por fortuna, todavía no han llegado a semejante voracidad por el desfalco y el enriquecimiento indebido.
   —Pues no lo sé, ¿eh? ¡Aquí se han llevado muchísima pasta!
   —Por supuesto... Pero le repito: el robo, el choriceo o como quiera que se llame, todavía no adquiere la categoría de sentimiento nacional. Algo de moral ha sobrevivido. De hecho, aún existe eso del «repudio ciudadano». La gente se manifiesta, levanta la voz, señala con indignación a los responsables de los escándalos. Y eso, por trivial que parezca, es la mejor señal para el sistema, es la prueba patente de que no todo está apestado.
  —¿O sea que en Colombia nadie siente repudio por esto?
   —Nadie. Y al que lo siente, los demás lo tildan de «bobo». Por eso, si alguna vez va a Colombia, ni se le ocurra decir esto en voz alta: se le reirán en la cara como si estuviera contando un chiste.
   —Tiene que haber alguien que piense distinto.
   —Hubo un alcalde de Bogotá, Antanas Mockus, que pensó distinto. El hombre, más que político, era un maestro. Administró los recursos públicos como ninguno de sus antecesores. Y cuando acabó su mandato (1995-1997),  las arcas de la ciudad no sólo estaban saneadas, sino rebosantes de dinero. No se llevó ni un céntimo. ¿Cómo cree que reaccionaron los ciudadanos?
   —Estaban orgullosos de él, supongo.
   —¡Qué va...! Como no se robó lo que por mandato nacional le correspondía, no lo bajaron de «tonto», «estúpido», «caído del zarzo». Y para rematar, le aplicaron el peor insulto que se le puede aplicar a una persona en Colombia: «¡Honesto!».

1 comentario:

Diana dijo...

Interesante texto, aunque estoy en total desacuerdo contigo. Me niego rotundamente a considera Colombia un país donde la actitud nacional sea la corrupción. Es verdad que es un práctica generalizada, pero -y aunque esto suene a cliché- son muchas las personas que nos somos "bobas", es decir, que hemos decidido no entrar en esa dinámica, y sólo por esa excepción, rechazo que me incluyan en el mismo costal.
Intentar valorar la corrupción en más corrupción menos corrupción en ese ejercicio aminorar las terribles consecuencias de la misma, me parece abusrdo Corrupción es corrupción haya mucha o poca y no es un motivo para justificar el comportamiento corrupto ni en Colombia, ni en España, ni en ninguna parte. Y tercero Antanas Mockus es para mí todo menos un político transparente. Ha sido un politico diferente, sí, pero no transparente. Parte de todos esos casos de corrupción que han salido a flote recientemente vienen gestándose desde cuando él era alcalde de Bogotá. Lo siento, seguramente, paso como políticamente incorrecta, pues en Colombia se le rinde un exagerado tributo a esta persona. Sobre su gestión he escuchado cosas como: "no es que no robe, es que sabe hacerlo, por lo menos se ven las obras". Patético.