4 de marzo de 2014

Casablanca la bella



—Señor arquitecto, necesito que me ayude a construir una casa. ¡La más grande, la más bonita, la más blanca que jamás haya existido! ¡Casablanca la bella!
   —Perfecto. Dígame cómo la quiere.
   —Bueno, en realidad no es para mí. La casa es para el maestro Fernando Vallejo.
   —¿El maestro Vallejo regresa al país?
   —No, no, qué va. Él está muy tranquilito en México hablando barbaridades de Colombia, lo cual le agradecemos muchísimo todos los apátridas. Y sus lectores en general. El asunto es que ahora, con casi 71 años y un montón de recuerdos encima, necesita una casa en la que pueda sentarse a recordar sus cosas. Y por eso acaba de comprar el viejo caserón abandonado que está justo enfrente de la que, décadas antes, fue la casa de su familia. Y digo «fue» porque ya la tumbaron.
   —Ah, qué cosita con el maestro... Y dígame, ¿dónde está la casa?
   —En el barrio Laureles de Medellín.
   —¿Y cómo la quiere?
   —Blanca, blanquísima, aunque con puertas y ventanas de color café y una palmera en el centro de un antejardín verde, verde. Además, el maestro quiere dos patios grandes: uno para entronizar la imagen del Sagrado Corazón de Jesús y otro para poner una fuente con hienas de mármol. Lo demás será como lo de cualquier casa: cocina, baños, comedor...
   —Perfecto, tomo nota.
   —Ah, otra cosita: no se asuste si, en medio de la construcción de Casablanca, al maestro Vallejo le da por hablar con las ratas o soltar monólogos iracundos.
   —¿El maestro habla solo?
   —No sólo habla, sino que insulta, despotrica, blasfema. O sea, que no deja títere con cabeza: el papa Bergoglio, el papa Wojtyla, la Iglesia Católica, la mala patria Colombia, Medellín, el presidente Santos, Nicolás Maduro, España, Rajoy, Rubalcaba, la Real Academia de la Lengua, los políticos, los sociólogos, los pobres... Pero, a la vez, recuerda y ama: a su abuela Raquel Pizano, a su abuelo Leonidas Rendón, a su perra Bruja, a la finca Santa Anita...
   —¡Válgame Dios! ¿Alguna otra cosa?
   —Pues ahora que lo dice, sí. Entre esto y aquello, se me había olvidado comentarle un detallito: según parece, Casablanca está construida sobre un terreno fangoso.
   —¡Uy, qué mal...! ¿El maestro lo sabe?
   —Sí, sí, desde el principio. Se lo dijeron antes de comprar la casa.
   —¿Y por qué la compró? ¿A quién se le ocurre comprar una casa destinada a hundirse?
   —Pues a cualquiera de nosotros: a usted, a mí, al maestro Vallejo o al mismísimo Le Corbusier. Mejor dicho, a todo el mundo. ¿Acaso, señor arquitecto, no se da cuenta de que el terreno fangoso está debajo de todo lo que hacemos? Pues sí: ahí está y ahí seguirá por toda la eternidad. Y nosotros, constructores efímeros, estamos condenados a hundirnos con ello. Así que sólo nos queda una opción: levantar a Casablanca aun cuando sepamos que algún día caerá... Y ahora, si le parece, déjese de tantos apuntes y póngase manos a la obra.

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