—¿Análisis? ¿Debate? ¡Pero si usted lo único que hace es hablar mal de Colombia!
—No exagere. Yo sólo digo unas cuantas «cositas».
—¿Y por qué no hace una fiesta y vuelve a tirar la casa por la ventana?
—Eso fue el año pasado. Esta vez quiero algo más tranquilo.
—Claro, es que ya son cuatro años. Dicen por ahí que cuando un blog llega a esa cifra, es como si cumpliera la mayoría de edad. O sea, que ya es un bloguero hecho y derecho.
—Yo siempre he sido derecho. Y también izquierdo.
—Pero si no recuerdo mal, al principio ni siquiera sabía si «ambidiestro» era con X o con S.
—Daba igual. Lo importante era aprender a usar las dos manos.
—Además, en cuatro años pasan muchas cosas. Por ejemplo, en vez de lanzar dardos a diestra y siniestra, en ese tiempo ya habría podido ser Presidente de Colombia.
—Fui candidato el año pasado, pero sólo tuve 5 votos.
—¿Cuáles eran sus propuestas?
—Una sola: echar a todos los colombianos de Colombia para que el país por fin progresara.
—¿Qué esperaba? ¡Y encima les pone la bandera al revés cada 20 de julio.
—Fue un acto de patriotismo. Un bandera al revés es un llamado de auxilio que usan algunas embarcaciones cuando no pueden valerse por sí mismas.
—¿Y cuando salió con el cuentico de que en Colombia se robaban hasta el aire y el sol?
—No sólo eso. Dije la gran verdad de que «el robo es el sentimiento nacional por excelencia».
—Me acuerdo. Le llovieron críticas por todas partes.
—Ha sido el post más polémico.
—¿Y el más intrépido?
—El día en que tuve a 13 mujeres en mi habitación.
—¿Y el más ambicioso?
—La vez en que resolví la duda de si Dios era hombre o mujer.
—¿Y el más leído?
—Uno en el que explicaba la diferencia entre un «perjuicio» y un «prejuicio». Lo escribí para una compatriota que, estando en el exilio español, miraba por encima del hombro a los ecuatorianos. Y cuando de pronto se arrepentía, la pobrecita decía: «Tengo muchos perjuicios».
—Vamos, que lo de único que no ha hablado es de Plutón.
—No, pero le escribí una carta al tal Philae, el robot que anda haciendo fotos en el espacio.
—Sólo falta que me diga que también se encontró una botella con un mensaje dentro.
—También. Venía desde El Salvador. La carta la firmaba Kathia Elizabeth García, una niña de siete años que de mayor quiere ser secretaria.
—Si hablamos de cartas, me quedo con la de Samia Yusuf Omar.
—Fue un post muy difícil. Me costó mucho escribirlo.
—¿Y eso de que reescribió la historia del 23-F? Vamos, que ni el mismísimo Javier Cercas.
—Ah, sí, fue un ejercicio de ficción. O no, quién sabe.
—Y dígame una cosa, ¿nunca tuvo que recurrir a la autocensura?
—Una vez. Escribí un post en el que me despachaba a gusto contra el Consulado de Colombia en Madrid. Pero resultó que, por esas cosas del destino, un mes después la cónsul me llamó para que trabajara allí durante tres meses. Entonces tuve que tomar una difícil decisión: el post o el trabajo. Y con todo el dolor del alma, elegí el trabajo. Al día siguiente borré el post. Sin embargo, cuando se acabó el contrato volví a tirarles los trastos a la cabeza como al principio. Ya no tenía ningún impedimiento ético. ¡Y de vez en cuando lo sigo haciendo!
—¿Y todo esto para qué? ¿Para qué tanta retrospectiva?
—De algún modo, para volver al origen. Para regresar a esos días en que, animado por autores como Kluge y el maestro Fernando Vallejo, escribí mis primeros artículos.
—¿No será más bien por vanidad?
—Para nada. Tengo la necesaria, ni más ni menos de lo que recomiendan los blogueros que ya llevan varios años en esto. El asunto es otro. A veces, para seguir avanzado, es necesario volver al Kilómetro Cero. Hace falta echar un vistazo a lo que uno fue para saber quién es ahora. En mi caso, yo soy estos 181 post repartidos en cuatro años de maniobras. Soy lo que escribí y soy lo que escribo. Y lo seguiré haciendo mientras sea posible. Recuerde que otros, como el colega saudí Raif Badawi, ya no pueden compartir sus posts aunque quisieran hacerlo.
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